En su libro alegórico «El peregrino», John Bunyan describe cómo el hombre cargado con el gravoso peso de sus pecados es liberado de ellos. Esta liberación ocurre en la cruz del Calvario, cuando por la fe contempla a Jesús, quien murió por él y lo salvó completamente. Tal ha sido la experiencia de muchas personas en el transcurso de los siglos. Experimentaron que el Señor Jesús los liberó de la culpabilidad de sus faltas.
Nosotros, los que ya somos creyentes, a menudo sentimos también una carga. Ya no es el peso de nuestros pecados, sino el de nuestras preocupaciones. Nuestro Dios “misericordioso y clemente” (Salmo 103:8) cargó totalmente con nosotros; sin embargo nos cuesta separarnos de nuestras inquietudes entregándolas a Dios. También estamos cargados cuando no conseguimos olvidar las heridas o los daños que nos han hecho… o los que hemos hecho. ¡Es tiempo de liberarnos de esas cargas, confiándolas a Dios en oración! Debemos reconocer ante él los problemas que perjudican nuestras relaciones, perdonar y olvidar.
Hay cargas que debemos echar por la borda: celos, susceptibilidad, inquietud; pero también hay otras que debemos ayudar a llevar: las penas y las cargas de nuestros allegados, hermanos y hermanas en la fe.
Aún hoy Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo. -Salmo 55:22.
Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. - Gálatas 6:2.