lunes, 30 de abril de 2012

¿Dónde está Dios?

Eran enormes pilas de cartas, y cada día entraban nuevas. Llegaban entre cincuenta y cien cartas diarias, principalmente de Europa y América, aunque también del resto del mundo. Su destino era el correo de Jerusalén, y las autoridades no sabían qué hacer con ellas. Eran cartas que iban dirigidas a «Dios en Jerusalén».

Una carta iba dirigida así: «El Señor del mundo. Trono de gloria. Séptimo cielo. Jerusalén.» Algunas de esas cartas contenían peticiones de ayuda, especialmente de solteras que buscaban esposo. Otras venían de niños que habían sido abandonados. El jefe de correos se vio obligado a tomar la decisión de quemar todas esas cartas. «No podemos hacer otra cosa con ellas», concluyó.

Esta noticia de un número crecido de cartas enviadas a Jerusalén y dirigidas a Dios debe hacernos reflexionar. Que haya tanta gente en el mundo urgentemente necesitada y que no sabe cómo hallar a Dios es sumamente triste.

Que haya necesidad de dirigirse a Dios es evidente. Que este haya sido el anhelo de toda la humanidad de todos los tiempos, también es evidente. Y que toda persona se sentiría feliz si Dios le diera la respuesta que necesita, lo es igualmente.

En el Libro de Job, tal vez el libro más antiguo de la Biblia, se expresa el mismo anhelo: «¡Ah, si supiera yo dónde encontrar a Dios! ¡Si pudiera llegar adonde él habita! Ante él expondría mi caso; llenaría mi boca de argumentos» (Job 23:3). Para satisfacer esa necesidad, el hombre ha inventado toda clase de religiones y ha fundado toda clase de ciudades sagradas.

En cierta ocasión, Jesucristo pasaba por la ciudad de Samaria cuando junto a un pozo se encontró con una mujer samaritana. Ella, en la conversación que se suscitó, le dijo a Jesús: «Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.» A lo que Jesús le respondió: «Los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren» (Juan 4:20-23).

Dios no está circunscrito a ningún lugar, a ninguna organización, a ningún orden ni a ninguna religión. Si tratáramos de describir el lugar donde se halla, tendríamos que concluir que se encuentra en el lugar de nuestra necesidad. Lo hallamos en el corazón del arrepentido. Lo hallamos en el dolor del humilde. Y más que todo, lo hallamos al pie de la cruz de Cristo.

Dios está ahora mismo tocando a la puerta de nuestro corazón. Abrámosle la puerta y dejémoslo entrar. Él quiere ser nuestro seguro y eterno Salvador.


jueves, 12 de abril de 2012

¿Manzana dulce o podrida?

“Si tienen un buen árbol, su fruto es bueno; si tienen un mal árbol, su fruto es malo. Al árbol se le reconoce por su fruto.”

¿Qué tipo de fruto das en tu vida? ¿Eres alguien que es conocido por las buenas cosas que ven en ti? ¿Eres admirado e imitado por los demás debido a que todo lo que haces, refleja que vives para agradar a Dios?

La única forma de saber cómo es una persona, es viendo lo que produce. Alguna vez escuche un dicho que decía: “Yo soy lo que como”. Esto me causo mucha gracia, ya que es un poco de cierto. Si comes únicamente comida chatarra y llena de grasa, se evidenciara en todas y cada una de tus arterias y especialmente en tu pancita. Si eres alguien que come de forma saludable y cuida su alimentación, se notara.

Lo mismo pasa con la vida de alguien que tiene una relación estrecha con Dios. ¡Se le nota por el tipo de vida que lleva! Lo que introduce en su vida y corazón, será lo que se notara en su exterior! Todo lo que hace se ve reflejado en la clase de relación que tiene con Jesús.

Si un árbol da buen fruto, todas las personas querrán comer de lo que produce, ¿no es cierto? ¿Te gustaría comer manzanas de un árbol que las produce dulces y deliciosas o de uno que solo produce manzanas podridas? Obviamente de las dulces y ricas! ¿Crees tú que Dios bendice y honra Sus hijos que dan buen fruto? ¡Siempre lo hace!

Revisa hoy que tipo de árbol eres. Examina tu corazón y comienza a decidir dar un fruto que honre a Dios en todo momento. Para realmente ser llamado un verdadero hijo de Dios, debes de producir un fruto ¡excelente! ¡Se tiene que notar el fruto que tienes!