jueves, 3 de junio de 2010
Cristo arquetipo de la madurez
Al querer hacer la descripción del cristiano maduro no podemos dejar de lado el contexto de la enseñanza del Nuevo Testamento, ya que en el actuar y obrar y pensar de Jesucristo encontramos del parámetro del Ser Maduro, en la plenitud de su humanidad. A esta vida entramos por la fe e iremos creciendo en la medida del conocimiento y cambio de actitud. La vida de fe la definiremos diciendo que es un estado de experimentar una “preocupación última”.El hombre como todo ser viviente se preocupa por muchas cosas, sobre todo por aquellas que condicionan su misma existencia: alimento, techo, trabajo. Pero a su vez tiene preocupaciones espirituales, cognoscitivas, estéticas, sociales, etc. Algunas pueden ser urgentes y cada una de ellas así como las preocupación última de la vida humana. Si se postula como “última” exige la entrega total de quien la acepte. La fe entonces en cuanto “preocupación última” es un acto de toda la personalidad. La fe es el acto más personal de la mente humana. No es el movimiento de una determinada parte del ser sino de su conjunto. Siendo así participa en la dinámica de la vida personal, ya sea en la inconsciente como en la consciente del ser.La entrega total se produce al ser atraídos, fascinados por Dios, creándose una corriente de relación íntima como acto de la fe genuina. Esta respuesta activa y creativa a tal realidad en forma continua, actitud que permitirá el acrecentamiento del perfil humano por la reubicación de los valores naturales y la incorpo¬ración de los caracteres de Cristo. El Apóstol Pablo lo definió de esta manera: “no vivo ya yo mas vive Cristo en mi. (Gál.2:20), lo cual tiende a la concreción del “varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”(Efesios 4:13).Cristo es el arquetipo, el parámetro del hombre perfecto, el que vivió la plena humanidad. Ahora debemos tener en cuenta que Dios no ha exigido al hombre que llegará a ser perfecto, auténtico, sino que Dios nos da la “nueva vida” por la fe, entrega total. Quiere decir que esta vida nueva o si queremos llamarla de Madurez Cristiana se vive en la fe, en el conocimiento y en el amor de Cristo.La Madurez Cristiana como principio no es subjetiva e individualista, sino que es, crecer y se desarrolla en la comunidad, en la Iglesia, mediante “la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). Cristo nuestro parámetro es aprehendido dentro de la comunidad como actuando y ofreciéndose a sí mismo.Sabe a su vez y esta seguro de que aún no goa de la total plenitud. “No, hermanos, todavía no soy el que debo ser, pero eso sí, olvidando el pasado y con la mirada fija en lo que está por delante, me esfuerzo hasta lo último por llegar a la me¬ta…”(Fil.3:13-14 Bibl. Viv.). Es consciente de sus limitaciones, imperfecciones, y que no siempre coincide el ser perfecto con las decisiones que la vida nos confronta.Es aquí donde reconoce la necesidad de una orientación para las decisiones, una suerte de “ley” que lo guíe. Esta situación la expresa Pablo en forma personal en 1 Co.9:20-21; allí asegura que está bajo la “ley de Cristo”. Esto que en principio parece una contradicción, ya que el cristiano es libre, no lo es cuando se pregunta para qué es libre? ¿Para vivir egoístamente, individualmente, en la “carne”? No, sino para colocarse al servicio de los otros en amor. Así encuentra la orientación necesaria para desarrollar su actividad en ese contexto del Nuevo Testamento en la manera que Cristo pensó y actuó.Es decir que la Madurez Cristiana no es tanto un estado como una actividad, un darse, un pensar, que está motivado solamente por el amor. El resumen de la ley dad a Israel, la vida y la enseñan¬za de Jesús, la perfecta ley de libertad o la vida en el Espíri¬tu, “Madurez”, convergen en un foco: Amor. Esta es la ley que guía la marcha del cristiano: Amor en Cristo.Esto nos permite actuar en la entrega total, reconocer lo que Juan el Bautista declara: “Es necesario que él Cristo crezca, pero que yo mengüe” (Jun.3:30). Entonces nuestras pautas de conducta serán distintas, sustancialmente distintas.El apóstol Pablo puede llegar a decir: “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo” (1 Co.11:1). Nuestra exteriorización de las vivencias de la fe estarán signadas por los frutos del Espíritu, no teniendo por cierto visos del “viejo hombre”. Podremos vivir realidades tan básicas como perdonar a nuestros deudores y enemigos porque tendremos una actitud de amor y no de condena.La vida que ahora viven es completamente nueva: cada día, pues, aprenden ustedes, más de lo que es justo; traten de asemejarse más a Cristo, creador de esta nueva vida” (Col.3:10 Biblia Viviente).