Todos los seres humanos nos equivocamos, absolutamente todos pecamos y cometemos errores, no hay ninguna persona en este mundo que pueda decir -¡yo nunca me equivoqué, yo nunca cometí un error!-.
La Biblia nos dice que todos somos pecadores, y debido a esa naturaleza es que nos equivocamos y cometemos errores, unos más graves o con mayores consecuencias que otros, pero en fin, todos hemos errado alguna vez.
Seria genial que nunca nos equivocásemos, sería muy bueno, pero eso es imposible, por el simple hecho de que somos personas y nuestro corazón está inclinado al mal y al error, pero aun así, como dice esta frase popular, de los errores se aprende, es importante que a pesar de que nos equivoquemos, saquemos una lección de eso.
Vamos a considerar tres cosas muy importantes que tenemos que tener en cuenta cuando nos equivocamos.
Lo primero y principal, el más importante, es clamar por el perdón de Dios, a veces nos equivocamos de tal forma, pecamos tan cruelmente contra Dios que sentimos que no somos merecedores del perdón de Dios, pero aun así Dios está siempre dispuesto a escucharnos cuando clamamos humillados ante él, con un corazón arrepentido.
David fue un rey que tuvo muchos errores, y pecados terribles, como son el adulterio y el homicidio, pero aun así, Dios dijo: -David, hombre conforme al corazón de Dios-, ¿Por qué?, porque David después de cometer eso tan terrible, sintió el profundo pesar del pecado en su corazón, y con lagrimas humillado ante Dios, clamo por su perdón, y Dios, que es grande en misericordia, lo perdonó.
Cada vez que te equivoques, cada vez que cometas pecado, cada vez que tomes una mala decisión, clama a Dios como lo hizo David y pídele que te perdone, el lo hará.
“Ten compasión de mi, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones, lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado” Salmos 51:1-2 (NVI)
Lo segundo que tenemos que tener en cuenta, es aprender de nuestros propios errores, es importante que si nos equivocamos aprendamos de esa experiencia para que no volvamos a cometer el mismo error o el mismo pecado, no persistamos en lo mismo, roguemos a Dios que nos ayude para no volver a hacer lo mismo.
Seamos prudentes, esta palabra quiere decir “parar y pensar”, ante una situación en la que nos hayamos equivocado, en la que hayamos pecado o tomado una mala decisión, paremos y pensemos. Analicemos la situación y veamos qué fue lo que nos llevo hasta allí, que actitudes estuvieron mal, para evitarlas la próxima vez, de los errores se aprende, analiza la situación y aprende de ella. Examínate cada día a ti mismo, a la luz de la palabra de Dios.
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” 2 Corintios 13:5
Lo tercero que vamos a tener en cuenta, es aprender de las experiencias de los demás, un sabio dijo “guarde en mi corazón lo observado y de lo visto saque una lección”, que importante es esto, observar a los demás. Si conoces una persona que ha cometido un determinado pecado, o que ha tomado una mala decisión y viste en su vida las consecuencias de sus acciones, no esperes a hacer lo mismo, aprende de eso que has observado y saca una lección para tu vida, para no cometer el mismo error, -¡ojo!- no lo juzgues, más bien ayúdalo, ora por esa persona, pero aprende de ella, aprende de lo que observas en los demás, de los errores se aprende.
Recuerda, Dios no quiere que te equivoques, pero el errar es humano, y seguramente alguna vez cometeremos alguna falta, cuando lo hagas, recuerda primeramente clamar a Dios por su perdón, no te quedes nunca en esa condición, humíllate ante Dios y ruega siempre cada día por su perdón, examínate a ti mismo y aprende de lo observado.
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Salmos 51:10
domingo, 28 de abril de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
La alegría de ayudar a los demás
Hace mucho tiempo, una niña de una familia adinerada se preparaba para ir a la cama. Cuando estaba orando oyó un sollozo a través de su ventana. Un poco asustada, se asomó por su ventana. Otra niña, quien parecía de su misma edad y desposeída estaba parada en el callejón junto a la casa de la niña rica.
Su corazón se identificó con la niña desposeída, ya queestaban en lo más frío del invierno, y la niña no tenía frazada, tan sólo viejos periódicos que alguien había tirado. A la niña rica se le ocurrió una brillante idea. Llamó a la otra niña y le dijo: “Hey, tú, por favor acércate a mi puerta”. La niña desposeída estaba tan asombrada que solo pudo asentir.
Tan rápido como se lo permitieron sus piernas, la niñita bajó las escaleras hasta el closet de su madre y tomó una vieja frazada y una gastada almohada. Tuvo que caminar lentamente a la puerta del frente para no tropezar con la frazada que colgaba, pero finalmente lo logró.
Dejando caer ambos artículos, abrió la puerta. Parada allí estaba la niña desposeída, visiblemente atemorizada. La niña rica sonrió cálidamente y le entregó ambos artículos a la otra niña. Su sonrisa se ensanchó al observar la genuina sorpresa y felicidad en el rostro de la otra niña. Ella se fue a la cama increíblemente satisfecha.
A media mañana del día siguiente alguien tocó a la puerta. La niña rica voló a la puerta esperando ver a la otra niña allí. Abrió la gran puerta y miró fuera. Era la otra niñita. Su rostro se veía feliz y sonrió. “Supongo que no querrás estos de vuelta”.
La niña rica abrió su boca para decir que podía quedárselos cuando se le ocurrió otra idea. “No, sí los quiero de vuelta”. El rostro de la niña desposeída se entristeció. Esta obviamente no era la respuesta que había anticipado. A desgano, dejó los gastados artículos en el umbral y se volteó para irse cuando la niña rica le gritó: “¡Espera! Quédate allí”.
Se volteó a tiempo para ver a la niña rica corriendo escaleras arriba y por un largo corredor. Decidiendo que sin importar lo que la niña rica hiciese, no valía la pena esperar, se volteó y se alejó. Al dar el primer paso, sintió que alguien le tocó el hombro. Al voltearse vio a la niña rica, tirándole una nueva frazada y almohada. “Ten éstas”, dijo suavemente. Estas eran las suyas, hechas de seda y plumas.
Al crecer las dos, no se vieron mucho, pero nunca estuvieron muy lejos la una de la otra en sus mentes. Un día, la niña rica que ahora era una mujer rica, recibió una llamada telefónica de alguien. Un abogado que decía que necesitaba verla en su oficina.
Cuando llegó a la oficina, le dijo lo que había pasado. Hace cuarenta años, cuando ella tenía nueve años, había ayudado a una niña necesitada que creció para convertirse en una mujer de clase media con esposo y dos hijos. Ella había muerto recientemente y le había dejado algo en su testamento. “Aunque”, dijo el abogado, “es la cosa más peculiar. Le dejó una almohada y una frazada”.
Las cosas pequeñas e insignificantes pueden ser de mucho valor para otras personas. La actitud hacia los demás puede llenar de alegría a las personas que nos rodean, palabras amables, una sonrisa, un abarzo, dar una limosna, ser amables y serviciales, es el amor que se refleja en nuestra actitud hacia los demás.
“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40
Su corazón se identificó con la niña desposeída, ya queestaban en lo más frío del invierno, y la niña no tenía frazada, tan sólo viejos periódicos que alguien había tirado. A la niña rica se le ocurrió una brillante idea. Llamó a la otra niña y le dijo: “Hey, tú, por favor acércate a mi puerta”. La niña desposeída estaba tan asombrada que solo pudo asentir.
Tan rápido como se lo permitieron sus piernas, la niñita bajó las escaleras hasta el closet de su madre y tomó una vieja frazada y una gastada almohada. Tuvo que caminar lentamente a la puerta del frente para no tropezar con la frazada que colgaba, pero finalmente lo logró.
Dejando caer ambos artículos, abrió la puerta. Parada allí estaba la niña desposeída, visiblemente atemorizada. La niña rica sonrió cálidamente y le entregó ambos artículos a la otra niña. Su sonrisa se ensanchó al observar la genuina sorpresa y felicidad en el rostro de la otra niña. Ella se fue a la cama increíblemente satisfecha.
A media mañana del día siguiente alguien tocó a la puerta. La niña rica voló a la puerta esperando ver a la otra niña allí. Abrió la gran puerta y miró fuera. Era la otra niñita. Su rostro se veía feliz y sonrió. “Supongo que no querrás estos de vuelta”.
La niña rica abrió su boca para decir que podía quedárselos cuando se le ocurrió otra idea. “No, sí los quiero de vuelta”. El rostro de la niña desposeída se entristeció. Esta obviamente no era la respuesta que había anticipado. A desgano, dejó los gastados artículos en el umbral y se volteó para irse cuando la niña rica le gritó: “¡Espera! Quédate allí”.
Se volteó a tiempo para ver a la niña rica corriendo escaleras arriba y por un largo corredor. Decidiendo que sin importar lo que la niña rica hiciese, no valía la pena esperar, se volteó y se alejó. Al dar el primer paso, sintió que alguien le tocó el hombro. Al voltearse vio a la niña rica, tirándole una nueva frazada y almohada. “Ten éstas”, dijo suavemente. Estas eran las suyas, hechas de seda y plumas.
Al crecer las dos, no se vieron mucho, pero nunca estuvieron muy lejos la una de la otra en sus mentes. Un día, la niña rica que ahora era una mujer rica, recibió una llamada telefónica de alguien. Un abogado que decía que necesitaba verla en su oficina.
Cuando llegó a la oficina, le dijo lo que había pasado. Hace cuarenta años, cuando ella tenía nueve años, había ayudado a una niña necesitada que creció para convertirse en una mujer de clase media con esposo y dos hijos. Ella había muerto recientemente y le había dejado algo en su testamento. “Aunque”, dijo el abogado, “es la cosa más peculiar. Le dejó una almohada y una frazada”.
Las cosas pequeñas e insignificantes pueden ser de mucho valor para otras personas. La actitud hacia los demás puede llenar de alegría a las personas que nos rodean, palabras amables, una sonrisa, un abarzo, dar una limosna, ser amables y serviciales, es el amor que se refleja en nuestra actitud hacia los demás.
“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40
sábado, 6 de abril de 2013
Vosotros sois la sal de la tierra...
La sal era algo muy escaso y por lo tanto valioso en la época del Señor Jesucristo. La historia cuenta que a los soldados Romanos se les pagaba con sal.
El Señor comparó a sus discípulos con la Sal, dando a entender lo valioso e importantes que ellos eran.
De los siervos y siervas que actualmente cumplen con el mandato del Señor Jesús de dar a conocer Su Evangelio, podemos decir que hoy día son la sal de la tierra.
Entre las funciones de la sal:
La Sal da sabor, como hijos de Dios nos corresponde darle sabor a este mundo, a esta vida, hacer de lado la amargura de muchas personas que tal vez han perdido ese sabor por vivir ante las dificultades que enfrentan cada día.
La sal produce sed, si somos considerados sal de la tierra nos corresponde despertar en las personas esa sed de Dios, por que cuando logremos despertar esa sed en ellos vendrán a clamar como la mujer Samaritana – Señor dame de beber de esa agua – así cuando ellos clamen se encontraran con un río de aguas vivas que saltan para vida eterna. Si alguno tiene sed venga a mí y beba.
La sal es pura, no permite que ningún microbio viva en ella, el hijo de Dios debe esforzarse por mantenerse puro y lleno de santidad conforme al mandato de Dios.
La sal cura las heridas, como sal de la tierra es nuestra obligación llevar esa Palabra que sane y cura las heridas espirituales de este mundo.
La Sal es Preservadora, el Señor entrego su doctrina a sus apóstoles, solo a ellos les permitía conocer y entender sus verdades espirituales para que ellos al recibirlas las preservaran y ordenaran que fueran preservadas.
Si somos sal de la tierra nos corresponde preservar pura la doctrina dejada por el Señor Jesucristo.
"Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres". Mat 5:13
Entonces ¿es usted sal de la tierra?
El Señor comparó a sus discípulos con la Sal, dando a entender lo valioso e importantes que ellos eran.
De los siervos y siervas que actualmente cumplen con el mandato del Señor Jesús de dar a conocer Su Evangelio, podemos decir que hoy día son la sal de la tierra.
Entre las funciones de la sal:
La Sal da sabor, como hijos de Dios nos corresponde darle sabor a este mundo, a esta vida, hacer de lado la amargura de muchas personas que tal vez han perdido ese sabor por vivir ante las dificultades que enfrentan cada día.
La sal produce sed, si somos considerados sal de la tierra nos corresponde despertar en las personas esa sed de Dios, por que cuando logremos despertar esa sed en ellos vendrán a clamar como la mujer Samaritana – Señor dame de beber de esa agua – así cuando ellos clamen se encontraran con un río de aguas vivas que saltan para vida eterna. Si alguno tiene sed venga a mí y beba.
La sal es pura, no permite que ningún microbio viva en ella, el hijo de Dios debe esforzarse por mantenerse puro y lleno de santidad conforme al mandato de Dios.
La sal cura las heridas, como sal de la tierra es nuestra obligación llevar esa Palabra que sane y cura las heridas espirituales de este mundo.
La Sal es Preservadora, el Señor entrego su doctrina a sus apóstoles, solo a ellos les permitía conocer y entender sus verdades espirituales para que ellos al recibirlas las preservaran y ordenaran que fueran preservadas.
Si somos sal de la tierra nos corresponde preservar pura la doctrina dejada por el Señor Jesucristo.
"Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres". Mat 5:13
Entonces ¿es usted sal de la tierra?
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