Un determinado estudio reveló que cuando la madre y el padre frecuentan regularmente las reuniones de la iglesia, un 72 por ciento de sus hijos permanecen firmes delante de Dios.
Si solo el padre frecuenta regularmente las reuniones, un 55 por ciento de los hijos permanecen fieles. Si apenas la madre frecuenta las reuniones, solamente un 15 por ciento de los hijos permanecen en la iglesia. Si ni la madre y ni el padre frecuentan regularmente los servicios de la iglesia, solo un 6 por ciento permanecen. Las estadísticas hablan por sí mismas. El ejemplo de los padres es más importante que todos los esfuerzos de la Escuela Bíblica.
¿Por dónde están caminando nuestros hijos? ¿Qué ellos han hecho? ¿Cuáles son sus propósitos? ¿Están ellos colocados en el altar del Señor, gozando de Su protección y Sus bendiciones?
Muchas veces nos angustiamos por el hecho de que nuestros hijos estén caminando lejos del Señor. A veces les vemos envueltos con malas compañías y vicios. Pedimos a Dios que les liberte, que les haga reencontrar el camino de la salvación, que les transforme completamente, que les devuelva la alegría de vivir. Y lo qué, más nos entristece, es saber que somos responsables, en gran parte, por la situación en que se encuentran.
Cuando los pudimos estar conduciendo para la iglesia, nos preocupábamos por otras prioridades. Cuando ellos pedían para que les llevásemos a la Escuela Bíblica, inventábamos una disculpa cualquiera para no ir. Cuando pedían para participar de alguna programación interesante, decíamos que aquello era tontería y que había cosas más interesante a hacer.
Fueron enfriando, desalentando, olvidando… Ellos crecieron y tomaron nuevos rumbos. Queremos llevarlos ahora al culto, pero ellos no quieren más.
Si nuestros hijos están yendo a las reuniones de la iglesia, no podemos dejar de acompañarlos. Es la cosa más importante de nuestra vida. Es nuestra mayor prioridad. Nosotros les daremos el testimonio, les ayudaremos a crecer en la fe y la fuerza que irán a adquirir en ese período les conducirá, para siempre, en la presencia del Señor de los señores, nuestro Salvador Jesucristo.
“Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
martes, 6 de agosto de 2013
lunes, 8 de julio de 2013
¿Dónde estaba Dios cuando más lo necesitaba?
Cuando estaba en el último año de la secundaria la estaba pasando de lo mejor. Estaba en el equipo de fútbol universitario, era el editor del periódico del colegio, y estaba buscando a qué universidades asistir. Pero durante las vacaciones de Navidad me comencé a cansar y a fatigar, y finalmente descubrí que tenía leucemia linfocítica aguda.Mi familia quedó devastada.
Luego de más o menos un año de pasar por la quimioterapia entré en remisión. Pero menos de un año después, la leucemia regresó. La única opción disponible era un trasplante de médula ósea. Al no tener hermanos ni hermanas compatibles, tomaron mi propia médula, la limpiaron y comenzaron el proceso de trasplante. Tenía 20% de probabilidades de sobrevivir al trasplante.
Mientras estaba en el hospital en Virginia, a seis horas de mi hogar y sin familiares a mi alrededor, me deprimí y me sentía solo. Oraba y oraba a Dios, pero no estaba seguro si Él me oía. Comencé a preguntarme si incluso sabía lo que estaba pasando con mi dolencia. ¿Dónde estaba Dios cuando lo necesitaba?
Al igual que Job, buscaba por todas partes alguna obra poderosa o alguna palabra de Dios que me diera esperanza. Pero Dios tenía otro plan. Él no envió ni trompetas ni ángeles con señales y milagros gloriosos, sino que comenzó a hacer una obra mayor en mí. «Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia», escribió Santiago (1:3). Era sólo probando mi fe que podía fortalecerla.
A fin de purificar el oro, el refinador tiene que hacerlo pasar por fuego para dejar que las impurezas surjan y sean eliminadas. El oro se deja enfriar y luego se coloca en las llamas y se limpia de nuevo. En este proceso el oro se pasa varias veces por fuego antes de que quede finalmente puro.
Luego de más o menos un año de pasar por la quimioterapia entré en remisión. Pero menos de un año después, la leucemia regresó. La única opción disponible era un trasplante de médula ósea. Al no tener hermanos ni hermanas compatibles, tomaron mi propia médula, la limpiaron y comenzaron el proceso de trasplante. Tenía 20% de probabilidades de sobrevivir al trasplante.
Mientras estaba en el hospital en Virginia, a seis horas de mi hogar y sin familiares a mi alrededor, me deprimí y me sentía solo. Oraba y oraba a Dios, pero no estaba seguro si Él me oía. Comencé a preguntarme si incluso sabía lo que estaba pasando con mi dolencia. ¿Dónde estaba Dios cuando lo necesitaba?
Al igual que Job, buscaba por todas partes alguna obra poderosa o alguna palabra de Dios que me diera esperanza. Pero Dios tenía otro plan. Él no envió ni trompetas ni ángeles con señales y milagros gloriosos, sino que comenzó a hacer una obra mayor en mí. «Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia», escribió Santiago (1:3). Era sólo probando mi fe que podía fortalecerla.
A fin de purificar el oro, el refinador tiene que hacerlo pasar por fuego para dejar que las impurezas surjan y sean eliminadas. El oro se deja enfriar y luego se coloca en las llamas y se limpia de nuevo. En este proceso el oro se pasa varias veces por fuego antes de que quede finalmente puro.
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